“Fabricamos pintalabios, vendemos belleza”. Esta frase tan de marketing hace que los publicistas nos estrujemos los sesos para vender ideales. Llevamos mucho tiempo haciéndolo. Por eso nunca verás en la tele un anuncio de coches, de suavizante o de refrescos, si no de sensaciones, de nostalgia o de status social.
La tecnología audiovisual ayuda a construir poesía, añade una canción de Sigur Rós y ya tienes magia, sentimiento y un abanico de conceptos para algo tan cotidiano como un desayuno.
Pero quizás el consumidor ya no quiere esto. Quizás está saturado de tanta emoción y quiere llamar a las cosas por su nombre: el coche más potente, el lavavajillas más efectivo o el mejor jamón.
En los últimos meses he visto dos campañas creadas por Mccann que se construyen a partir de un slogan que bien podría ser más propio de la publicidad de los años 70.
Este spot que parece una película de Steven Soderbergh, es en realidad un anuncio de embutido, ¿fácil no?
El segundo es de un jamón tan bueno que perderías tus principios por él:
Mensajes simples, fáciles y que además calan. ¿Nos estamos volviendo más simples? No. Puede que la publicidad, como la economía, sea cíclica. Tenemos que volver a los recursos del pasado para volver a resurgir con una nueva creatividad apasionante.